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viernes, 10 de abril de 2009

Novela rosa




Su viril brazo tatuado me indicó que me sentara. Entré al cubículo tímidamente, diciendo: "Buenas tardes, ¿me siento aquí?". Él asintió y quedó de espaldas en su silla giratoria. Mi rostro se reflejaba en el espejo y me di cuenta de que justo hoy no había elegido bien el color de mi lápiz labial.


Escuchaba sonidos grisáceos, metálicos, y veía las enormes manos del hombre yendo y viniendo, sosteniendo pinzas, perdiendo sus dedos en la suavidad del níveo algodón. Se dio vuelta y con un solo brazo me acercó a su silla. ¡Oh! ¡Cuánta fuerza en su brazo! Quedé de frente y él se movió. Podía sentir su respiración en mi cuello. Corrió mi cabello y tocó mi oreja izquierda. Luego hizo lo mismo con la derecha.


Me miró de frente y me preguntó si así estaba bien, si me gustaba. Y de mi boca sólo salió un: "¿Cómo será el procedimiento? Nunca antes lo hice. ¿Qué sentiré?" Él se limitó a responder: "No te va a doler".


Nuevamente sus dedos tocaron mi lóbulo izquierdo y sentí el frío olor del alcohol. Contuve la respiración. Susurró: "¿Estás lista?" Asentí y decidí no cerrar los ojos. Algo caliente y fino me perforaba. Unos segundos después se corrió hacia atrás y me miró. Hizo lo mismo con el lóbulo derecho. Extraña sensación la de tener algo dentro, algo atravesando una parte de nuestro cuerpo.


Después de haber terminado se dio vuelta y escuché: "Listo. Podés irte. Sé que no te dolió y también sé que volverás".


Me levanté de la silla, fui hasta la puerta. Giré, pero él ya no me miraba. Sólo tiraba a un cesto los restos de algodón que habían estado en contacto con mi cuerpo. Se sacó los guantes con indiferencia. "Una más- pensé. Y cerré la puerta.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Ava de novela






Hoy me llamo Yolanda. Soy una chica que realiza tareas domésticas. Como es domingo, me dieron medio día libre. ¡Por suerte está soleado!

Me pongo mi vestido negro a lunares blancos, una flor roja en la cabeza y me voy a la Feria de Tristán Narvaja. Bajo el sol del mediodía recorro los puestos de verduras con una inigualable elegancia. No digan nada, pero voy a buscar a Tito. Él tiene un puesto de frutas (sólo de frutas). Nos conocimos un día cuando fui a comprar tomates y quien me atendió me daba los peores del cajón. No puedo quedarme callada ante semejante injusticia. ¡Yo pago por esos tomates, señores!

Entonces el Tito, mirando desde su puesto, con esa blanquísima sonrisa, la camisa medio desprendida y su bigote apenas delineado, juzgó que lo que su colega estaba llevando a cabo era un magno atropello contra esta diva del plumero. Como un caballero intervino y todo se solucionó rápidamente. ¡Cuánto poder! Sólo con su habilidad lingüística había vencido a su contrincante. Eso fue lo que necesitaba para darme cuenta que el Tito era el hombre que había estado esperando, con el que había soñado mientras mi mirada quedaba fija en el florero del cuadro predilecto de mi patrona, cuyo marco debía lustrar todos los jueves.

Después de eso vinieron las salidas. Me llevaba al carrito a comer hamburguesas con todos los gustos posibles. ¡Eso es poder adquisitivo! ¡Eso es un hombre!- repetía cada vez que extendía el brazo para pagar todos mis caprichos de diva doméstica.

Íbamos a bailar todos mis días libres en su auto colorado. ¡Qué auto! No sabría decir con exactitud qué modelo es ni de qué año porque está tuneado. ¿Pero es eso un impedimento para que seamos felices?

Brillábamos en la pista. Él moviéndome de un lado para otro. Yo sonriendo como si hubiera pintado las comisuras de los labios más de lo debido. Mis coloridos vestidos flameaban.

Mejor no les cuento sobre las vacaciones en las Termas. Mejor no les hablo del lustroso cuerpo del Tito al borde de la piscina. Eso otro día. Hoy no porque me pidió que lo pase a buscar y ya estoy llegando medio tarde. Me dijo que tenía que decirme algo muy importante. ¿Ustedes qué piensan?